Locuras en una licuadora humana

En este sitio encontrarán alucinaciones, delirios y todo tipo de banalidades creadas por una mezcla de los tornillos que faltan en mi cabeza y una dosis de extranjería inevitable... Ríanse y sepan que todavía existo. NOTA IMPORTANTE: No me hago responsable de palabra alguna publicada en este sitio.

26.9.05

Iguales y diferentes

[Estoy convencido de que existe el sexo sin sentimientos, pero dudo seriamente que existan los sentimientos sin ganas de tener sexo…]

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Qué patético sería el mundo si la vida fuera una película porno, pero Dios Mío, ¡cuánto Follaría! Frases como éstas serían muy usuales:

Hola, me llamo Gaudencio, pero tú llámame cuando quieras.

Hola, me llamo Alfonso, pero tú llámame Fonsito… eso me pone…

Me siento incapaz de responder por las mujeres ya que el nivel de estrógeno en mi organismo ha estado muy bajo últimamente. Pero sí puedo explicar como funciona el engranaje de la psicología masculina: Siempre y cuando se tenga sexo, habrá paz sobre la faz de la tierra . (Aunque hay ciertos casos de ninfomanía que quitan la paz a cualquiera, pero son la excepción a la regla… “¿uno para todas y todas para uno?”)

Caminas erguida, con aires de nobleza y rebosas de elegancia, permitiendo al viento bailar con tu cabellera y descubrir tu cuello y tu inocencia.


Transpiras muy sutilmente y tu piel brilla y llamas a los ojos de cada pasajero del bus que te dispones a tomar. Los míos intentan pretender que no forman parte de la multitud conmovida, pero recuerdan que momentos como éste hay que vivirlos a fondo, y se clavan sobre ti, y tú los sientes como flechas que te queman y que irán a desvestirte si te descuidas, y que morderán la totalidad de tu cuerpo si no opones resistencia alguna.


Con dulzura me devuelves la mirada. Sin pensarlo, la escondes. Pensándolo, vuelves sigilosamente a dirigirla a donde mí, y yo sonrío esperando que hagas lo mismo, queriendo que pruebes sentir lo que siento; sonríes y ahí comienza todo.


De niño siempre me indignó la mítica frase que nunca falta en toda conversación estrictamente femenina o feminista. Todos los hombres son iguales. Al principio, esto me llenaba de confusión pues no lograba comprender si dicha afirmación hacía referencia a algo en concreto como los deportes, la cerveza o las apuestas. Con el tiempo fui dándome cuenta del resentimiento transmitido generación tras generación, por radiación o por ósmosis, de mujer a niña a mujer, que les crea un bloqueo mental que a su vez les impide vivir con nosotros, y vivir sin nosotros. Menuda disyuntiva; masoquismo fundamentado en el auto proteccionismo, o viceversa, dependiendo de la franja horaria en la que se viva.

Ella huele a rosas o a canela; no me importa, pero es casi hipnotizante. Lleno, ansioso, mis pulmones con su esencia, y enfatiza su presencia en cada respiro, en cada suspiro. Me mira y me aniquila, me mira y me esclaviza, me mira y corre en mí una sangre nueva, joven, llena del deseo de tenerla.


Es curiosa su virtud de convertirme en piedra, como hace que mis manos se entumezcan, y me convence por telepatía, de transformar sus pensamientos en órdenes.


Se acerca a donde estoy sentado dejando enfriar el café. Me pregunta la hora y yo le contesto que si a las 18:30 no ha aceptado tomarse un helado conmigo, le digo la hora y me tomo ambos helados yo solo. “El de turrón es delicioso.” Ella asiente, yo sonrío, y así comienza todo, luego de decirle la hora. Son casualmente las 18:30.


Indudablemente es cierto. Todos los hombres somos iguales. Tan “iguales” que a veces no logro reconocerme entre la muchedumbre. Un ganado sin la habilidad de fijar su vista ni su mente en asuntos tan productivos como buscar solución al hambre en el tercer mundo, en proponer ideas vanguardistas en contra de la manufactura de armamento bélico, o en literatura clásica, por citar uno que otro ejemplo. Todo nuestro tiempo libre y parte del que no lo es, lo dedicamos a imaginar que nuestras manos acarician con aceite curvas pronunciadas, deslizándose por pieles cálidas y hambrientas, aromatizadas de endorfinas propias, receptivas a las ajenas… Tocar, oler, sentir, morder, sudar, rozar, lamer y saborear, luego partir y evitar recordar lo sucedido. Amor intermitente, amor a corto plazo, te quiero en este instante, pero mañana me costará llamarte.

Se tocan, se sonríen entre ellas. El alcohol, las drogas y la noche les auguran, sin dudas, una velada interesante. Ríen y embriagan a sus poros al moverse sensualmente, queriendo hacerse ver. Se hacen ver. Doy noticia a mi colega de sus risas y perfumes, y sorbemos impacientes las bebidas para dar la última motivación a nuestros cuerpos y provocar que, de nuevo, todo comience.


El hecho de que nuestro subconsciente y la libido puedan jugar sucio en conjunto, no quiere decir que tengamos un plan macabro minuciosamente premeditado que demuestre el porqué de como actuamos; sinceramente, no lo hacemos a propósito. Salvo algunos con disfunciones mentales, como regla general, podríamos decir que el hombre no quiere hacer daño a la mujer. No obstante, y también como regla general, podemos afirmar que no medimos las posibles consecuencias de nuestros actos, dado que en esos momentos de euforia, dejamos de tener control de nuestro ser y algo extraño nos domina.

Es irremediable. No lo hacemos a propósito. Casi como el Rey Midas, un contacto visual seguido de un leve escalofrío en las rodillas, hará que intentemos hasta lo imposible por convertir toda oportunidad en oro. Es inevitable.

La pregunta que me intriga, ¿qué tan “diferentes” serán las mujeres?


24.9.05

Soñando


Soñar, y guardar la realidad dentro de un sobre, intentando prolongar un día más, lo que siento cuando me apodero de tu risa…

Te tengo por siempre en mis sueños, de noche, de tarde, y de día; imagino el olor de tu cuello, tu piel al sentir el correr de mis dedos, tus labios, tu pelo, tu mano en la mía.

Los días pasarán y soñaremos, y mientras, nuestras almas se verán todas las noches, noches que me harán seguir soñando, y pensando en que eventualmente tu piel y mis dedos, tus labios, los míos, tu pelo, mi cara y tu risa, de nuevo se verán y jugarán, olvidándose del resto de la gente y del resto de la vida.

15.9.05

Yo y mi bigote: Aventuras inolvidables (Capítulo I)
















-¡Mira, es un puercoespín! -dijo impresionado un caballero ensacado.

-¡No, es un pedazo de chicharrón de puerco de Villa Mella! –replicó agraviado un vendedor ambulante sin papeles.

-No, exclamé increíblemente sosegado. Es mi bigote.

Así comenzaron aquellos días de aventura, de intriga, de pasión un tanto pervertida y de olores acumulados luego del almuerzo.


El ultimátum

Caminábamos inquietos esa tarde, yo y mi bigote. El sol ardía sobre nosotros, lleno de ira y valentía. El sudor, los batidos de frutas frescas y una visera desgastada eran nuestras únicas armas para combatirlo. Unas horas antes habíamos sido sorprendidos con una noticia espeluznante. La revista enviaba una circular a todos los trabajadores, modelos y asociados exigiendo una afeitada facial completa de cada uno de nosotros antes de la llegada de la siguiente quincena. Todo aquél que osara quebrantar la nueva ordenanza pagaría caro. La circular describía con lujo de detalles las posibles penalidades ante los distintos niveles de quebranto, desde la imputación de medio sueldo por una afeitada deficiente, hasta la cancelación de la pensión, del derecho al descuento vitalicio en los productos lácteos patrocinadores del semanario y la suscripción gratuita al mismo de hacerse caso omiso del dictamen. (Además, el memorandum invitaba a sus más fieles subscriptores a deshacerse de su bello facial cuanto antes, atribuyéndole cualidades atroces merecedoras de la primera plana de todo periódico de vanguardia, pero que no vienen al caso en este momento.

¿Llorar, asesinar, alucinar? No sabíamos qué hacer, yo y mi bigote. No nos encontrábamos; sentíamos no pertenecer en un mundo vil y cruel, en una sociedad llena de prejuicios, corrupción y pornografía de bajo presupuesto. De niño, cuando mi bigote a penas soñaba con existir en un futuro lejano, solamente me agobiaba el pobre concepto que se tenía en el tercer mundo del servicio en los establecimientos de comida rápida (en los que las colas y los tiempos de espera son sólo comparables a las épocas de escasez de combustible en las gasolineras). Pronto pude darme cuenta de que todo esto era culpa del sistema y que no tenía remedio. Por supuesto, comencé a preocuparme por otras cosas.

Luego de kilómetros de aceras polvorientas y de muchos pensamientos sin sentido, comprendimos, yo y mi bigote, que era preciso actuar cuanto antes. Aceptar un mandato tal podía llevarnos al principio del fin, a una hecatombe social irremediable, a la era del verdadero ganado humano dirigido por Gran Hermano. Sólo teníamos dos opciones, escapar cuanto antes y salir en busca de una mejor vida, o rebelarnos en contra de la dirección y hacernos del mando de la revista, dando un giro radical a las ideas divulgadas. El único problema, hoy terminaba la quincena, y sólo me tenía a mí mismo, y a mi bigote.

11.9.05

Virtuales virtuosos


Masturbación a distancia, placer por correspondencia, besos telegrafiados, caricias mediante señales de humo… Suena descabelladamente apetecible (y asfixiantemente repugnante) el querer y ser querido a muchos pensamientos de distancia.

Qué: intercambio telepático de sensaciones amorosas.
Quién: tú y yo, ellos, ustedes, aquéllos, depende…
Cuándo: en periodos intermitentes pero programados.
Cómo: con pasión desenfrenada por razones obvias.
Dónde: he aquí la problemática bifurcación del contexto.

"¿Cómo quieres que te bese el cuello, te lama pegajosamente la cara, o succione cada uno de tus dedos, cuando sólo puede atestiguar mi desnudez esta pantalla de plasma?" Es curioso como las sensaciones son tan fuertes, como logran drenar toda mi energía cada vez que forzosamente las experimento, como descubren ese yo a medias que tanto deseo lejos de tus brazos pero cerca de tus pensamientos.

Horas vivas y horas muertas, soles, lunas, lluvia y una que otra nube. Pasan, nos hablan y siguen sus respectivos rumbos. No nos damos cuenta de que la vida nos saluda y acaricia nuestras pieles, y la ignoramos al golpear constantemente nuestros dedos contra un panel plástico que pretende traducir aquellos tan profundos pensamientos, que a menudo son malinterpretados, y demuestran finalmente que nadie nos conoce.