Locuras en una licuadora humana

En este sitio encontrarán alucinaciones, delirios y todo tipo de banalidades creadas por una mezcla de los tornillos que faltan en mi cabeza y una dosis de extranjería inevitable... Ríanse y sepan que todavía existo. NOTA IMPORTANTE: No me hago responsable de palabra alguna publicada en este sitio.

18.3.06

Luz

Tenemos tanto en qué pensar. ¿Por qué insistimos en evadirlo? Hay tantas ideas que descubrir, tantas historias por vivir, tantas memorias por recrear.

No nos atrevemos a aventurarnos, porque es mucho más sencillo querer siempre lo mismo y olvidar. Y así nos reinventamos del mismo modo cada día con el primer enjuague bucal.

Si dejásemos flotar un poco más nuestros pensamientos, los colores de las cosas cambiarían, los olores serían más intensos, y los roces más sutiles. Deambulando mentalmente, cada momento tiene música; crea una nueva melodía que nos ata en el instante y nos hace sentir lo insensible y añorar lo prohibido. Sólo basta con perderse en un suspiro ajeno o dar de comer a las palomas.

Una tarde me senté junto al estanque del parque. Mi único deseo era deshacerme de lo cotidiano tomando aire fresco. Sin darme cuenta comencé a adentrarme en una coreografía en la que figuras primaverales bailaban en los alrededores con el viento a su favor. Las faldas festejaban el sonido del agua sobre la cañada, dando vueltas en torno a piernas hambrientas de calor y largas caminatas, que en conjunto harían que el año despertara. El agua se llenó de luz, las rosas florecieron en segundos y el sudor comenzó a arroparnos y a tentar al tacto. Pero el Sol cayó, calmando con su despedida los bailes y opacando los colores, devolviéndome a lo mismo de siempre, a la misma tranquilidad insípida del día a día.

Y me pregunto: ¿habrá algo más allá durante las horas de luz?

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14.3.06

Escondido en el humo


Me cuesta acostumbrarme a ciertas ideas. Encuentro tan difícil dar el brazo a torcer, a veces. No comprendo la manera de actuar de muchos; parecería como si sus vidas, en general, no tuvieran rumbo. Y siento dolor ajeno, o vergüenza.

Hay días en los que el sentimiento es peor, y es agobiante. Sonrío menos, me encuentro triste, sombrío. Pero todo cesa, y regresa la calma... intermitentemente. Me vuelvo a colocar la careta y me camuflo dentro de la muchedumbre, intentando formar parte de ella para capturar las sonrisas de otros, sonrisas que me suplen la energía suficiente para subsistir en un engaño que me he creado viviendo. Igual que todo el que me rodea.

Las noches son las peores. Las luces tenues y la música a bajo volumen, acompañan al humo que se desprende de la vela. Los pensamientos florecen, las ideas vuelan a la velocidad de la luz. Recuerdos, anhelos, emociones, frustraciones y besos a oscuras. Cambia la expresión en el rostro y luego se desvanece, rebosada de nostalgia. Me acuesto y abrazo las almohadas, queriendo protegerme de todo mal mientras duermo. En la mañana evito reconstruir cualquier recuerdo de la noche anterior. Es momento de recomenzar y esperar no quedar demasiado frustrado ante la interacción con los otros.

Es difícil no hacerse cuestiones sobre algunas cosas. Sobre todo cuando sabes que el vecino te mira con un ojo tan crítico como el tuyo y se crean mundos paralelos, con ideas paralelas y prejuicios similares. Cada uno, cada mundo. E inmediatamente entiendes la comodidad de enmascararte y sonreír a los demás en los vagones del metro.

O estoy equivocado.

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