¿Has intentado alguna vez correr más allá de lo que tus pulmones permiten, pensar más allá de lo que tu mente imagina, sentir más allá de lo humanamente posible, vivir más allá de la vida?
Nunca has querido hacerlo.
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Eres incapaz de percibir la humedad en el olor a flores frescas. Te es imposible disfrutar de las caricias del agua que, caliente, se desliza sobre ti cada mañana. No sabes mirar atardeceres y a la vez enamorarte. No puedes morderme ni tocarme…
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Esto se llama incompetencia emocional. Es la madre del día a día, de los suicidios colectivos, del éxito económico de las destilerías de alcoholes fuertes, de la corrupción, de las verdades a medias, del pasado, del presente, del futuro, de casi todos los pensamientos y razonamientos lógicos, de la higiene bucal enfermizamente minuciosa, de las cárceles y de quienes las gestionan, del dinero indebidamente ahorrado, de algunos cantos gregorianos, de los toques de queda en fines de semana, del no usar perfume, del eterno conversar sobre vehículos de motor, del fanatismo extremo, de la guerra y la posterior diplomacia, del deporte y de las apuestas, y de todo lo relacionado con tu persona.
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Tus pies aún no dejan huellas sobre la arena de la playa. ¿Estás seguro de que deseas aprender a volar?
