Locuras en una licuadora humana

En este sitio encontrarán alucinaciones, delirios y todo tipo de banalidades creadas por una mezcla de los tornillos que faltan en mi cabeza y una dosis de extranjería inevitable... Ríanse y sepan que todavía existo. NOTA IMPORTANTE: No me hago responsable de palabra alguna publicada en este sitio.

21.6.05

VOLAR


Después del beso y del orgasmo, estoy convencido de que la aviación comercial es lo más bello que existe en el mundo. Nacionalidades impensables convergen en un mismo lugar para ser distribuidas a los lugares más remotos de nuestro planeta azul, volando por los cielos dentro de toneladas de aluminio gracias a la quema despiadada de keroseno, consumido a una tasa casi inimaginable para el más común de los mortales.

Siempre he dicho que la mitad de la felicidad que me aportan los viajes es producto de estar en los aeropuertos. París - Charles de Gaulle, Atlanta – Hartsfield-Jackson, Madrid – Barajas, Ámsterdam – Schiphol, Buenos Aires – Ezeiza, Londres – Heathrow. Más que aeropuertos, son ciudades, son puntos de encuentro de vidas y de humanos que tendrán contacto uno con otro por unos instantes y nunca más se verán de nuevo. Aeronaves que aterrizan y despegan, que deambulan sobre la plataforma sin un orden aparente (esto es falso), gente que corre, gente que ríe, gente que llora y sufre despedidas inevitables. La gente y la máquina sobre la tierra y luego deslizándose en el aire; cuando el cuento se hace realidad…

Mi pasión enfermiza por este mundo tan desconocido para muchos, es bastante particular. Tengo muy fundamentadas dudas sobre la posibilidad de que esta fijación merme con los años, incluso habiendo vivido experiencias desagradables y agobiantes. He perdido vuelos; he sido retenido por las autoridades aeroportuarias durante horas (para ser liberado sin explicación alguna); he sido inspeccionado en todos los “chequeos aleatorios” cada vez que uno ha sido anunciado (¿el campo detrás de las orejas?); he vivido retrasos de más de ocho horas; he sido discriminado por un pasajero de primera clase; he dejado a seres queridos; he llorado por dolor en los oídos en aterrizajes (siempre me duelen, pero aquel vuelo fue horrible); siempre hay un bebé llorando; me han tocado asientos que no reclinan, azafatas hijas de puta y vecinos malolientes. Vivencias suficientes como para escribir un libro y dejar de viajar de por vida.

[En mi último trayecto SDQ-MAD no logré conciliar el sueño ni por dos minutos. Justo detrás de mí se alojaba un caballero de nacionalidad europea que, al parecer, confundió el frasco de perfume con uno de comino. En un momento dado, se puso de pie para buscar algún objeto personal en el compartimiento ubicado justo encima de mí, y al extender ambos brazos verticalmente, casi logra dejarme inconsciente. Fue como una ráfaga nuclear aniquilante hacia mi persona, al estilo bombardeo en el Tercer Reich. Sin embargo, su ágil desaparición en búsqueda de su asiento hizo posible mi supervivencia, la cual agradecí sólo por unos instantes pues, la última persona en abordar la aeronave sería mi cruz durante la totalidad del vuelo. Era una chica de escaso atractivo físico quien, con su hijo de no más de 2 años en brazos parecía emigrar de la República. Vestía un uniforme de baloncesto de algún equipo profesional norteamericano, de esos que no le sientan bien a nadie. Transportaba algo que parecía un cuadro de dimensiones aproximadas a los 3’ x 4’ bastante incómodo de transportar y maniobrar, especialmente cuando por mi propia comodidad tuve yo que introducirlo debajo de su asiento, no sin antes haber colocado todos sus enceres en el compartimiento superior debiendo devolverle uno de ellos ya que el biberón del pequeño demonio estaba dentro de éste. Ella no olía nada bien y lo sabía, ya que se cuidaba de levantar los brazos, pero cuando debía hacerlo nos maltrataba con mucha fuerza. El niño lloró, vociferó, lanzó su almohada la cual, por supuesto, calló sobre mí, me colocó los pies encima, me agarró el brazo. En fin, hizo y deshizo y la madre pretendió no percatarse de nada de lo ocurrido. La copa se rebozó cuando, a varios miles de kilómetros de las costas dominicanas y todavía casi con la mitad del trayecto por delante, mi olfato pudo percibir en el ambiente el aliviante defecar de un niño. Habiendo pasado ya un buen rato, mi nariz, fuerte pero no masoquista, me rogó que hiciera algo al respecto y, cuando por fin logré sacar la fuerza de sugerirle a la madre que ya era hora de cambiar al pedazo de humano, el olor se desvaneció como por arte de magia. Esto, en un principio me proporcionó cierto alivio pues no me emocionaba la idea de entrar en un posible conflicto con la dama. Sin embargo, un poco más tarde, el olor volvió, repitiéndose el evento unas cuantas veces más hasta que dejó de oler o mi nariz se resignó. Este expediente y la espeluznante experiencia de ver a Vin Diesel de babysitter en la película The Pacifier, hicieron del IB6500 del 19 de junio 2005 un vuelo memorable.]

No obstante todo lo anteriormente citado, admito que he vivido momentos agradables en aeropuertos. He visto a gente famosa; he tomado alcohol en Estados Unidos antes de cumplir 21 años (JFK, enero 2002); he visto el Concorde a menos de 100 metros de distancia, mientras carreteábamos en un B777 de American Airlines (luego de aterrizar en JFK procedente de CDG); he impedido la salida de un vuelo de Aeropostal por no haber pagado el combustible que se le había repostado; he estado dentro de la bodega de carga de varios A340-300 de Lan Chile, en numerosas ocasiones; me he sentado en el asiento del comandante de un B727 carguero y de un B747-200, y he estado en cabina con los pilotos de un A340-300 mientras cruzábamos el Atlántico; he mandado a la mierda a algunos pasajeros insoportables (y se siente de maravilla); he sido atendido por azafatas quasi angelicales; he vivido aterrizajes en los que el contacto de las ruedas con el pavimento de la pista es imperceptible (eso sí merece un aplauso); he visto a británicos aplaudir como dominicanos luego del aterrizaje; he comprado revistas pornográficas en varios aeropuertos del mundo; he visto aterrizar un B747-400 mientras esperaba sentado sobre el techo de la camioneta que había aparcado en la rampa del aeropuerto (y la primera vez me engranujé) y presenciado otras cosas que quizás no ameriten ser mencionadas en este momento. Lo que sé es que todavía me falta mucho por vivir, mucho por ver y muchos aeropuertos por descubrir.

{Deje un comentario y diga cuál ha sido el aeropuerto más impresionante en el que haya estado o la ciudad más remota que haya visitado.}