Confesiones a oscuras

Tantas fiestas. Cuántas noches de locura y de delirio. Mentes libres apoderándose de cuerpos completamente esclavizados y sonámbulos que se tocan, se besan y salpican de sudor todo el ambiente.

Desfiles de sonrisas, miradas infantiles que sugieren fantasías mal vistas bajo el sol, despertadas cuando el resto duerme, se deslizan hacia un horizonte en el que la ciencia ficción cobra vida desplegando su propia banda sonora. Y atraviesan cada cuerpo, cada alma, hasta encontrarse a otra mirada que, como ante un espejo, obliga a una doble sonrisa instantánea.

Los minutos dejan de sentirse, los años, de repente, ya no pesan. Te mueves, me muevo y nos movemos, y al lograr coincidir en la misma dimensión, nos perdemos en un segundo de fotografía, tan intenso, tan inmenso como tu vida y como la mía.

Reencontramos, luego, nuestros rumbos, volviéndose a distraer las miradas. Todo recomienza. Te asfixias ante la mera idea de un descanso indispensable y tiemblas pero no te entregas al recuerdo, retomando el impulso que te hizo crear esta noche, sin dudar que habrá tiempo para recordar una vez des paso a las luces. Bailas…

Ellos saltan, ellos se acarician. Embriagados por el aire y su deliciosa ilegalidad, piensan en que sólo importa hoy, sólo existes ya, gritan un himno en conjunto marcando en sus destinos inciertos el más puro sentimiento de complicidad. Y en su encuentro celestial, llenan sus oídos del mejor guardado secreto que se abrazará al olvido cuando reviva el silencio.

Se acercan los rayos de luz, abandono el sentir en cámara lenta, vuelvo a ser un nombre, no sólo una mirada más. Me resigno ante una realidad aplastante, aunque sonriente, pues vendrán más noches y más besos, pero sobre todo, más secretos que olvidar.


[Foto por Awilda Hernández]