27.12.04
26.12.04
24.12.04
Boletín Informativo 006: Especial Navideño
por Seb
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Y así con el resto de los platos tradicionales. El pavo, la pierna de cerdo, el jamón glaseado, el arroz con piñoncitos, los pasteles en hoja (único de estos manjares que aún resulta agradable a mi paladar), ponche, vino, ron y una mezcla de resaca y malestar estomacal por varias semanas. Las proporciones preparadas son tan groseras que los platillos del 24 se transforman, de cena formal a “sánduches de pierna (con Telera, por supuesto)” y/o una verdadera mezcolanza de todo (incluyendo los postres), que nos obligan a engullir mañana, tarde y noche hasta el día 30, pues, incluso habiendo cedido cuantiosas raciones a los familiares más queridos (en sus respectivas cantinas, platos de foam cubiertos de papel de alumino y otros envases prácticos), la comida que permanece intacta es suficiente para alimentar a todo el Congreso Dominicano. Y al día siguiente, el 31, cuando ya logramos respirar y sentimos el alivio de degustar otras variedades de alimentos, comienza el juego de nuevo, y vienen pavo, y pierna, y pasteles, y todo lo demás, hasta el día de Reyes, junto a las diez o quince libras adicionales, si tenemos suerte. (Y nos asombramos del aumento de peso tan estrepitoso. Un poco de sensatez, por favor.) Luego me preguntan que cómo puedo cansarme de tan ricos platos que sólo se preparan una vez al año. Amigos, comer lo mismo por tres semanas de corrido, NO equivale a “comer una vez al año” (en realidad ronda el 5% de nuestra alimentación total anual).
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Por esta y otras razones prácticas, este año, yo celebraré las Navidades comiendo tacos junto a algunas amistades que viven conmigo o están de visita acá en el extranjero. A quien apetezca dicha idea tan tentadora, queda formalmente invitado.
por Val
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(Más de Val en http://valdefillo.blogspot.com/)
17.12.04
Boletín Informativo 005: Seb vs. La Plancha – Combate Mortal
“...saltos mortales, hombres por los aires. Esto es la Lucha Libre, el deporte que ha conmovido a las grandes capitales del mundo.” El recuerdo de aquellos años todavía me trae nostalgia. Las mañanas sabatinas eran del Canal 9. Jack Veneno, Rafi Sánchez, Relámpago Hernández, Los Hermanos Broncos y La Escuadra Ruda. La Tertulia Induveca, ‘mi abuela Doña Tatica”, Amarilis “échale agua”, Fortimalt (el reconstituyente y anticatarral, un brazo de poder en cada cucharada... vamos adelante con Fortimalt) y pasta de zapatos Búfalo. Todas estas frases, ideas e imágenes lograron, por tanto tiempo, desalojar de nuestras pequeñas cabezotas conceptos de matemáticas, lenguaje y biología que con tanto esmero intentaban ser enseñados por nuestros profesores de primaria. Pero, francamente, a quién le iba a importar la fotosíntesis cuando podía deleitarse con un combate enjaulado transmitido directo, en vivo y a todo color desde el Estadio Eugenio María de Hostos, y ver, antes de la pelea, a Jack Veneno desmontarse de su Mercedes rojo descapotable, en su conjunto de ropa deportiva de colores, con sus gruesas cadenas de oro (o fantasía), firmando autógrafos como si fuese Michael Jackson.
[Paréntesis: Mi hermano le pidió a Jack Veneno dos autógrafos hace como cuatro meses en el Restaurante Chino de Mariscos; uno para el Mono y otro para su propiedad. Espero que no se haya sacudido la nariz con la servilleta que podría ser enmarcada y vendida por una fortuna dentro de algunos cien años.]
Similar a encuentros en los que hasta los presentadores llevaban sillazos, fue mi cita de hace unos días con la plancha. Pero antes de continuar, debería definir algunos conceptos.
Plancha: Instrumento de tortura fetichista, inventado por un grupo de individuos sado-masoquistas, capaces de forzar el llanto hasta en el más rudo de los hombres, luego de una larga sesión de quitar arrugas a un número considerable de camisas.
Planchar: Acción y efecto de utilizar el instrumento de tortura fetichista que, en la antigüedad, fue creado por un grupo de mentes sado-masoquistas, con el propósito de hacer llorar hasta al más rudo de los hombres, a fuerza de largas sesiones de uso sobre camisas arrugadas.
Habiendo aprendido de mi madre la teoría de eliminar las arrugas a cualquier prenda de vestir (preferiblemente de algodón), hace más de cinco años previo a mi jornada AFS, me creía más eficiente que un local de Tintorería (Dry Cleaning), capaz de tener una camisa lista, almidonada y tendida en percha en menos de lo que se puede decir “berenjena”. Qué iluso. Vago por naturaleza, la única vez que había planchado en los últimos tiempos había sido en Septiembre, una sola camisa, para asistir a una Convención de Aviación. El resultado, patético, pero en aquel entonces culpé a la prisa de ello. Queda de más decir que, habiendo lavado casi toda mi ropa ya varias veces en los tres meses que llevo viviendo fuera de mi hogar, un buen número de camisas a mangas largas ha colgado dentro de mi armario, tan lisas como si hubiesen salido del hocico de una vaca.
Las semanas pasaban, y de una manera u otra, encontraba la excusa perfecta para eludir el tener que dedicar toda una tarde a planchar, como por ejemplo “es un buen momento para ir al supermercado y pesarme en la balanza de la tienda de lentes, por 20 céntimos”. La dejadez me cegó, y no vine a percatarme del error que estaba cometiendo hasta que una noche quise vestir algo decente... todas las camisas arrugadas. En ese momento tomé la decisión. Había que enfrentar a la plancha a como diera lugar. No podía permitirme un día más bajo esas condiciones. Y así fue.
Sobre nuestra tabla de planchar, tapizada con una tela de camuflaje militar horrible, comenzó el combate tan esperado. Conecté la plancha y ésta escupió inmediatamente sobre la primera camisa. El cuello, los puños, las áreas grandes, las mangas, todas atacadas por mí, pero boicoteadas por la plancha... No lograba quitar las arrugas. Luego de más de media hora, la camisa quedó inaceptable para cualquier colegio privado británico; para los estándares de quien vive solo por primera vez, como nueva (aunque esto no me bastaba). Segunda camisa, la pelea se intensificaba, la plancha seguía escupiendo, y yo olvidaba el cuello y los puños. Cuando me recuperé de un fuerte golpe bajo y volví en mí, habiendo logrado terminar los puños, intenté tenderla en la percha, pero me percaté de que las mangas necesitaban un retrabajo. Indignado la volví a colocar sobre la tabla e intenté azotar a la plancha sobre ésta. Finalmente me rendí y pasé a la siguiente camisa, con el mismo resultado de la primera ronda.
Y así siguió la pelea. Cerca de tres horas sin pausa, no más de ocho camisas, la dignidad por el suelo... Mi contrincante parece haber sido bastante bien entrenado en su lugar de origen, pues me dejó exhausto y atemorizado; sé que el siguiente encuentro será inevitable, y la sola idea no me está dejando dormir para nada tranquilo.
9.12.04
Café con besos por la mañana (extracto)
(Séptima parte, hasta ahora, de aquello en lo que estoy actualmente invirtiendo parte de mi abundante tiempo libre.)