Locuras en una licuadora humana

En este sitio encontrarán alucinaciones, delirios y todo tipo de banalidades creadas por una mezcla de los tornillos que faltan en mi cabeza y una dosis de extranjería inevitable... Ríanse y sepan que todavía existo. NOTA IMPORTANTE: No me hago responsable de palabra alguna publicada en este sitio.

27.1.06

Biografía de uno más (Parte I)

Mi nombre es irrelevante. Mi vida ha carecido de interés desde que tengo uso de razón. Cada día que vivo suele ser idéntico al anterior, salvo escasas excepciones. Me levanto maldiciendo, en silencio, al despertador. Me ducho, desayuno y visto zapatos hechos a mano, corro intentando vencer la impuntualidad y dijito números en una pantalla cuando no estoy fumando y tomando café. Regreso a casa y me quito la ropa perdiéndome en un entumecimiento mental hasta tener que odiar en silencio al despertador al día siguiente. Me aburro con pensar en mi destino; no me extraña, me aburre pensar también en el pasado. No guardo el más mínimo recuerdo emocionante o emotivo. Es posible que tenga el alma sedada o un supositorio de indiferencia extrema. No sé si esto pueda ser explicado con mi autobiografía.

“Yo nací calvo en una familia en la que predominaba el uso del tupé, la gomina y el tinte de marca. Me amamantó un equipo técnico del hospital de mi barrio que se dedicaba firmemente a malcriar a las futuras generaciones de irresponsables, en defensa de las tardes de ocio de los padres y sus amistades cercanas. En la mesa era imperativo pretender ser civilizado y penado con el máximo castigo al que fuera descubierto alimentando al perro con los restos. Nunca supe en qué consistía el máximo castigo; no tenía los cojones de alimentar al animal con la horrible ensalada de coliflor que me obligaban a engullir. Sigo no teniéndolos.

“Me molestó celebrar mi cumpleaños desde muy chico. Me parecían todos unos payasos expectantes a un soplido que marcaría, sin sentido, el nacimiento de una nueva etapa. Abrir regalos era aún peor. Sigo sin soportar el teatro que debo hacer para evitar momentos de tensión cuando me obsequian un porta retratos. Indescriptible la sensación ante la Biblia que recibí de parte de mi abuela el día de la primera comunión.

“Perdí mi virginidad muy tarde, y me dormí en el acto. Pudo haber sido más vergonzoso; logré mantener la boca cerrada mientras dormía, evitando el habitual charco de saliva. Sigo sin entender por qué no me saludó la siguiente vez que la vi. La segunda vez que toqué la piel desnuda de una chica eyaculé muy precozmente y grité el nombre de mi profesora de primaria; por supuesto, me dejó por la rareza de mi explicación sobre el hecho y no por creer que estuviese con otra. La tercera vez me fui de putas.”

Las cosas de la vida suelen gozar de emoción cuando se ven desde lejos. Una vez probadas, pierden gran parte de su sabor. Por eso estoy convencido de que la envidia es decepcionante, y una pérdida de tiempo.

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