Heroína virtual
¿Por qué vende tanto el sufrimiento? Me pregunto…
Los libros, la radio, los cines y todo a nuestro alrededor, impregnado de un aire con sabor a prensa rosa. Sensacionalismo hasta en el desayuno y después de la siesta. Lo ajeno se vuelve “importante” cuando es triste, y se desarrollan, en paralelo, telenovelas reales y efectivamente humanas. Tantas como para aburrir. Escoges una para pasar la tarde, pero no entiendes; las cosas andan bien en el hogar. Te desprendes de ella, y a por otra.
El remordimiento en tu facción batalla feroz contra una risa inmunda, aún en potencia. La reservas para más tarde, cuando haya público con el que divertirse a costa de otros.
Es curioso. Esta sensación no conoce género, clase ni credo. Es la verdad que nos une y nos hace partícipes del engranaje social (del que, al parecer, me gusta tanto hablar). Una verdad pura y absoluta como la vida misma, como el hambre, el sexo y la muerte. Un mismo idioma, millones de dialectos.
¿Por qué parece tan difícil mirar hacia dentro? ¿Se facilita tanto el contacto con el mundo exterior a un nivel en el que nuestras propias existencias se trivializan, o es que preferimos evitar levantar falsos testimonios y así escapar del ojo de la tormenta dentro de la cual vivimos?

Ante el pan y el circo, me decanto por el pan; el circo lo invento a mi manera. Telenovelas que carecen de mentiras populares pero que rebozan de miradas y sonrisas también latentes, escondidas entre rostros coloridos, con aroma a humo, alcohol y sudor. Sentimientos que se estremecen, por momentos, miradas que juegan a no desearse las unas a las otras. Mentiras más frágiles, ligeras y con ganas de sentirse acariciadas, desvestidas, recordadas… Retumban los oídos, se abren los poros, se marea la consciencia y allí renace una inocencia perdida, lista para otorgar un nuevo viaje espiritual que no será largo pero dejará rastros en el inconsciente posterior.
Luego de unos años, y miles de rastros de inconsciencia, podemos reinventar toda una vida y perdernos despiertos en un cuento de hadas casi verídico, para así soñar en continuo y transcurrir en un trance apenas perceptible.
Son dos versiones muy distintas de la misma anestesia de vida. Prefiero drogarme con la mía.
Los libros, la radio, los cines y todo a nuestro alrededor, impregnado de un aire con sabor a prensa rosa. Sensacionalismo hasta en el desayuno y después de la siesta. Lo ajeno se vuelve “importante” cuando es triste, y se desarrollan, en paralelo, telenovelas reales y efectivamente humanas. Tantas como para aburrir. Escoges una para pasar la tarde, pero no entiendes; las cosas andan bien en el hogar. Te desprendes de ella, y a por otra.
El remordimiento en tu facción batalla feroz contra una risa inmunda, aún en potencia. La reservas para más tarde, cuando haya público con el que divertirse a costa de otros.
Es curioso. Esta sensación no conoce género, clase ni credo. Es la verdad que nos une y nos hace partícipes del engranaje social (del que, al parecer, me gusta tanto hablar). Una verdad pura y absoluta como la vida misma, como el hambre, el sexo y la muerte. Un mismo idioma, millones de dialectos.
¿Por qué parece tan difícil mirar hacia dentro? ¿Se facilita tanto el contacto con el mundo exterior a un nivel en el que nuestras propias existencias se trivializan, o es que preferimos evitar levantar falsos testimonios y así escapar del ojo de la tormenta dentro de la cual vivimos?
Ante el pan y el circo, me decanto por el pan; el circo lo invento a mi manera. Telenovelas que carecen de mentiras populares pero que rebozan de miradas y sonrisas también latentes, escondidas entre rostros coloridos, con aroma a humo, alcohol y sudor. Sentimientos que se estremecen, por momentos, miradas que juegan a no desearse las unas a las otras. Mentiras más frágiles, ligeras y con ganas de sentirse acariciadas, desvestidas, recordadas… Retumban los oídos, se abren los poros, se marea la consciencia y allí renace una inocencia perdida, lista para otorgar un nuevo viaje espiritual que no será largo pero dejará rastros en el inconsciente posterior.
Luego de unos años, y miles de rastros de inconsciencia, podemos reinventar toda una vida y perdernos despiertos en un cuento de hadas casi verídico, para así soñar en continuo y transcurrir en un trance apenas perceptible.
Son dos versiones muy distintas de la misma anestesia de vida. Prefiero drogarme con la mía.
Labels: anestesia, chisme, cotilleo, prensa rosa, soñar
3 Comments:
At May 12, 2008 6:18 PM,
Anonymous said…
Me fascina leer tus relatos. Me haces viajar a lugares inventados o tal vez reales pero muy lejanos. Me llevas a ellos en unos minutos de lectura y una vez allí consigues que me embriaguen tus palabras y me seduzca tu imaginación e inteligencia... Espero que sigas escribiendo siempre, aunque mas no sea por no abandonarme aquí en un mundo aburrido y privarme de esos viajes momentaneos que me regalas o que yo extraigo de cada uno de tus relatos...
At October 17, 2008 3:53 PM,
gabo said…
me encanta como comparas el alma con el ojo de una tormenta! es de las mejores... analogias? que he visto del tema.
te quiero.
At October 21, 2008 10:48 PM,
Montirul said…
Hola Sebiiiiiiiiiiiiiii!
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