Opacos
Todos tenemos secretos, algunos grandes, otros chicos, pero inevitablemente todos…

Si los tuyos estuviesen en venta, compraría alguno que otro para pasar las lluviosas tardes de domingo, en las que el Sol, triste y resfriado, no hace más que lamentarse, y llora rayos tenues, frágiles, sombríos, mientras yo descubro imágenes e ideas de tu vida que en mi mente jamás habría querido tener.
Dicen que si tuviésemos acceso a los pensamientos ajenos, nadie sería amigo de nadie. Sólo imaginarlo me da miedo. De ahí, el pilar fundamental de la amistad: el secreto. Desde niños, al crecer, al amar y envejecer, escondemos delitos virtuales, deseos inalcanzables y placeres ilícitos, compartiendo dignamente con los otros en una confortable nebulosa de verdades a medias y sonrisas en colores pastel.
Adolescentes y ancianos, abogados, prostitutas, y hasta el perro guía que fielmente conduce a los ciegos. Unos tras otros, inventamos realidades paralelas para camuflar ciertos detalles de la vida, haciéndolos imperceptibles al ojo poco diestro, ocultando en las miradas fantasías desdeñables, anhelos maquiavélicos, e indicios de instintos suicidas.
Una vez oí: Le haría el amor a tu psiquiatra sólo para poder acariciar a tus secretos mientras duermen, y violarlos sin dejar un solo rastro…
Pasan los días y, en conjunto, entonamos sinfonías dulces al oído, fáciles de oír y tararear, evitando despertar los malestares posteriores a una resaca de luz y transparencia.
Al final de cada jornada se cierran las cortinas, se desatan los tabúes y a escondidas dejamos descansar nuevamente a la bestia vestida de bella, esperando una vez más que, a la mañana siguiente, el maquillaje que rigurosamente vestimos no se nos corra.
Si los tuyos estuviesen en venta, compraría alguno que otro para pasar las lluviosas tardes de domingo, en las que el Sol, triste y resfriado, no hace más que lamentarse, y llora rayos tenues, frágiles, sombríos, mientras yo descubro imágenes e ideas de tu vida que en mi mente jamás habría querido tener.
Dicen que si tuviésemos acceso a los pensamientos ajenos, nadie sería amigo de nadie. Sólo imaginarlo me da miedo. De ahí, el pilar fundamental de la amistad: el secreto. Desde niños, al crecer, al amar y envejecer, escondemos delitos virtuales, deseos inalcanzables y placeres ilícitos, compartiendo dignamente con los otros en una confortable nebulosa de verdades a medias y sonrisas en colores pastel.
Adolescentes y ancianos, abogados, prostitutas, y hasta el perro guía que fielmente conduce a los ciegos. Unos tras otros, inventamos realidades paralelas para camuflar ciertos detalles de la vida, haciéndolos imperceptibles al ojo poco diestro, ocultando en las miradas fantasías desdeñables, anhelos maquiavélicos, e indicios de instintos suicidas.
Una vez oí: Le haría el amor a tu psiquiatra sólo para poder acariciar a tus secretos mientras duermen, y violarlos sin dejar un solo rastro…
Pasan los días y, en conjunto, entonamos sinfonías dulces al oído, fáciles de oír y tararear, evitando despertar los malestares posteriores a una resaca de luz y transparencia.
Al final de cada jornada se cierran las cortinas, se desatan los tabúes y a escondidas dejamos descansar nuevamente a la bestia vestida de bella, esperando una vez más que, a la mañana siguiente, el maquillaje que rigurosamente vestimos no se nos corra.
1 Comments:
At November 19, 2009 4:47 PM,
Marisol Flamenco said…
Secretos...Indudablemente cierto.
Todos, todos los tenemos.
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