25.7.05
22.7.05
Guarrerías nocturnas

Te miras al espejo y no ves más que grasa sudorosa y una cara de asco. Hace ya unos meses que comenzaste a perder el pelo de la cabeza y a multiplicársete en las orejas. Conoces todas las marcas de pasta dental y desodorante. El hilo dental no es lo suficientemente resistente como para recorrer los pasillos entre tus dientes. Destrozas los cortaúñas y las medias. Transpiras como cerdo enjaulado a medio día. Estás a punto de perder el tabique gracias a la farra y a las malas noches… solo o mal acompañado. Te masturbas tres veces al día con porno de bajo presupuesto y el recuerdo de imágenes de revistas que ojeas en los quioscos del centro. A propósito, hace años que no te ves el pene desde las alturas… Una vez intentaste maquillarte y parecías un payaso en paro. Tienes tatuado en la espalda el nombre de un transexual que te pidió le trataras bien pues tenía la regla aquella noche. El insomnio te va consumiendo cada día (y noche) más; ahora te encuentro peor que hace seis meses. Olvidaste la última vez que no sangraste al afeitarte. El dinero que te sobra luego de pagar la renta y el gas lo malgastas en cigarrillos de tabaco negro, vino envasado en cartón, sopa enlatada y substancias ilícitas. Tus vecinos nunca se aprendieron tu nombre. Tus únicos amores siempre han sido productos del celuloide; tus amantes también. Creo que alguna vez tuviste una mascota imaginaria, y ya no vivías en casa de tus padres.
14.7.05
11.7.05
Despedirse o no

¿Qué pasa cuando partes? ¿Qué piensas al dejarme? Yo sé, y siento que la vida se desploma y debo comenzarlo todo desde cero, una vez tu piel se desvanece. Me engranujo y observo el vaivén de tu pelo un poco rizo, mientras sé que intentas disimular algunas lágrimas de tristeza e incertidumbre, aproximándote a la puerta que nos cambia desde hoy, y para siempre. Me alejo y camino, mientras otros se despiden de otros más que también parten, pocos sonrientes, muchos llorosos…
Café con besos por la mañana (otro extracto)

-- XVI --
En numerosas ocasiones, decidían pasar juntos noches de locura y de arrebato. Se sentaban, con amigos en la sala, y gozaban de placeres prohibidos, compartiendo como tribu indígena, humos agradables, polvos anestésicos, infusiones mágicas, licores exóticos y prácticas mal vistas por la sociedad. Se sumergían en ideas etéreas, y dejaban volar la imaginación gozando de vivir al borde del abismo, pendiendo de una cuerda imposible de saber si cedería. Las luces molestaban y por ello eran extintas casi en su totalidad. Los ojos se brotaban e intentaban captar más imágenes, o se ocultaban en lo más profundo de los párpados no queriendo ser partícipes de esas escenas tan memorables. Reían sin cesar, cuando no encontraban razones suficientes para entristecerse. Se permitían amarse todos como amigos, sin inhibiciones. A veces se tocaban como desconocidos que se desean una sola vez. Conversaban sobre perros elocuentes y ganados con gobiernos paralelos al nuestro, sobre universos lejanos, y a veces sobre nada en particular. La música los llenaba de jovialidad y hacía que sus latidos vibraran con un propósito entendible, y los enamoraba del momento, un momento difícil de entender, un momento necesariamente eterno. El calor circulaba con la sangre, y sentían cosquilleos en las coyunturas, en las piernas y en puntos muy específicos del cráneo. Eran poseídos por orgasmos artificiales, por deseos de inmortalidad y por la convicción de que nada era más importante que el aquí-ahora. Y el ritual continuaba cada vez que los sentimientos comenzaban a diluirse, o el alcohol amenazaba con robarles el equilibrio. Continuaban por horas, cambiaban los discos, dejaban de pensar, y pensaban de nuevo perdiéndose en laberintos mentales.
De vez en cuando, irresponsablemente tomaban el volante y conducían kilómetros por carreteras solitarias, dejándose llevar por la música y el exceso, o por el miedo a ser detenidos in fraganti. Frecuentaban lugares poblados de extraños y excéntricos donde todos se sentían como iguales vencedores, y sus cuerpos se movían eufóricos al ritmo de tambores poseídos y de melodías alucinógenas, mientras los cerebros descansaban plácidos en lugares remotos, ajenos a la realidad palpable. Más conversaciones se inventaban, convirtiéndose en los eslabones capaces de unir a esa muchedumbre con sed de olvidar y de crear algo distinto de lo cotidiano.