Locuras en una licuadora humana

En este sitio encontrarán alucinaciones, delirios y todo tipo de banalidades creadas por una mezcla de los tornillos que faltan en mi cabeza y una dosis de extranjería inevitable... Ríanse y sepan que todavía existo. NOTA IMPORTANTE: No me hago responsable de palabra alguna publicada en este sitio.

11.7.05

Café con besos por la mañana (otro extracto)


-- XVI --

En numerosas ocasiones, decidían pasar juntos noches de locura y de arrebato. Se sentaban, con amigos en la sala, y gozaban de placeres prohibidos, compartiendo como tribu indígena, humos agradables, polvos anestésicos, infusiones mágicas, licores exóticos y prácticas mal vistas por la sociedad. Se sumergían en ideas etéreas, y dejaban volar la imaginación gozando de vivir al borde del abismo, pendiendo de una cuerda imposible de saber si cedería. Las luces molestaban y por ello eran extintas casi en su totalidad. Los ojos se brotaban e intentaban captar más imágenes, o se ocultaban en lo más profundo de los párpados no queriendo ser partícipes de esas escenas tan memorables. Reían sin cesar, cuando no encontraban razones suficientes para entristecerse. Se permitían amarse todos como amigos, sin inhibiciones. A veces se tocaban como desconocidos que se desean una sola vez. Conversaban sobre perros elocuentes y ganados con gobiernos paralelos al nuestro, sobre universos lejanos, y a veces sobre nada en particular. La música los llenaba de jovialidad y hacía que sus latidos vibraran con un propósito entendible, y los enamoraba del momento, un momento difícil de entender, un momento necesariamente eterno. El calor circulaba con la sangre, y sentían cosquilleos en las coyunturas, en las piernas y en puntos muy específicos del cráneo. Eran poseídos por orgasmos artificiales, por deseos de inmortalidad y por la convicción de que nada era más importante que el aquí-ahora. Y el ritual continuaba cada vez que los sentimientos comenzaban a diluirse, o el alcohol amenazaba con robarles el equilibrio. Continuaban por horas, cambiaban los discos, dejaban de pensar, y pensaban de nuevo perdiéndose en laberintos mentales.

De vez en cuando, irresponsablemente tomaban el volante y conducían kilómetros por carreteras solitarias, dejándose llevar por la música y el exceso, o por el miedo a ser detenidos in fraganti. Frecuentaban lugares poblados de extraños y excéntricos donde todos se sentían como iguales vencedores, y sus cuerpos se movían eufóricos al ritmo de tambores poseídos y de melodías alucinógenas, mientras los cerebros descansaban plácidos en lugares remotos, ajenos a la realidad palpable. Más conversaciones se inventaban, convirtiéndose en los eslabones capaces de unir a esa muchedumbre con sed de olvidar y de crear algo distinto de lo cotidiano.

Y así seguía la noche; seguían esas noches de delirio y de hipnotismo, que no terminaban hasta muy avanzado el amanecer, cuando los cuerpos rogaban por descanso, pero la euforia aún no les permitía reposar. Regresaban agotados al hogar, peleando una batalla feroz contra el habitual insomnio, frecuentemente vencible sólo con motivaciones externas, físicas o químicas, palpables o corporalmente casi inapreciables. Y luego volvían a soñar con veladas peligrosas y excitantes, esperando no lamentar a la mañana siguiente nada de lo ocurrido mientras el sol se ocultaba.

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