Hubo unos días en los que era oficial de seguridad civil en un andén de metro. Húmedo y oscuro, frecuentemente silencioso, frecuentemente lleno de voces y de ruidos y de ratas. De tardes, perdía la mirada entre culos y pechos, oprimidos por artefactos de algodón y elástico, deseosos de un poco de luz y algo de respiro. Niños, abuelas y parejas discutiendo el sabor del mes de la heladería de en frente. Yo, fumaba todo el tiempo mientras fantaseaba con ideas libidinosas y escurridizas. Hambriento y con ganas de orinar, transportaba mi mente a escenarios eróticos o ilícitos. Y dejaba que pasasen las horas.
De noche era distinto. Los niños envejecían, las abuelas dormían, las parejas cambiaban el sabor del mes por pétalos de rosas ya marchitas y alientos indudablemente alcoholizados. Desaparecían las faldas, los sostenes y la opresión, y emanaba de los túneles sombríos un olor a cansancio y dejadez que invitaba intermitente a olvidar que existe un futuro y a revivir las desdichas del pasado. Acostumbrarse a aquello era imposible, la muerte era lenta, y a fuerza de suspiros, las horas me dejaban pasar.
Algunas madrugadas, mientras tropezaba con el sueño, me hurgaba la nariz hasta rascarme los pensamientos. Luego paraba y desenroscaba la tapa metálica del frasco de ginebra que había incautado a un grupillo de turistas endiabladas, y robaba un sorbo de ésos que maltratan. Antes de taparlo, aprovechaba y robaba otro más generoso que el primero, y gruñía, cuidándome de no despertar la más mínima sospecha de los escasos usuarios del transporte público.
1 Comments:
At August 05, 2005 10:36 PM, Anonymous said…
Séb, viejo, no dejas de sorprenderme. Muy bueno!!!!,me gustó. Tu cabeza nunca para? :).
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